Hoy, hablando con mi abuela, he estado pensando.
Me ha dicho lo guapa que soy, lo bonita que estoy siempre
sonriendo.
Pero que por qué no me pinto un poco más, que por qué
siempre ando en botines y me hago tantos tatuajes. Y que por qué digo tantas
palabrotas.
Que la gente y que el mundo debería ver lo bonita que soy,
que arreglarse un poco más no está mal.
Me ha entrado una risa tonta.
El mundo.
No he sabido explicarle a mi abuela, una persona de 75 años,
que el mundo de ahí es una mierda.
Ella quiere que me ponga bonita para un mundo que me juzga
por mi peso, por mi talla, por la cantidad de vello que tengo en mi cuerpo, por
mi manera de vestir.
Me encantaría explicarle a mi abuela que me encantan mis
tatuajes, aunque ella los vea macarras. ¡Qué cojones!, me encantaría decirle a mi
abuela que soy una macarra, que pocas veces me apetece ser la señorita con el
pelo arreglado, el rímel fijo y las sandalias de última moda colocadas en mis
lindos pies, como no, con las uñas pintadas.
Que a mí no me gusta echarme la cerveza en vaso, que no me
gusta cruzar modositamente las piernas al sentarme, y que las faldas y los
vestidos me parecen lo más incómodo del puto universo.
Me gustaría decirle a mi abuela que no me apetece echarme un
novio nuevo que me proteja, porque no quiero que me protejan. Que ando sola a
las cuatro de la mañana por la calle porque me apetece, porque no quiero
gastarme dinero en un taxi ni esconderme porque alguien crea que tiene derecho
a hacerme algo por tener una vagina entre las piernas. Y que no me da la gana
decir que no me voy a tomar otra copa porque me voy a poner a bailar como una
loca con mi amiga en la discoteca y algún desgraciado se va a tomar el derecho de
frotarse contigo, porque estás bailando sensual, porque provocas, porque eres
una calientapollas, una guarra. Me gustaría decirle a mi abuela que no quiero
tener nada que ver con un mundo donde te dicen que te bajes la falda y que
agaches la cabeza, que el escote es muy bajo, que los tacones son muy altos,
que la camisa que te pones de la sección masculina te hace parecer “bollera”.
No quiero tener nada que ver con un mundo donde conoces a un
chico y te pregunta: ¿con cuántos chicos has estado?. Quince. – Joder.
Joder, ¿qué? ¿Demasiado visitada mi vagina para que
introduzcas tu pene que ha pasado por otras vaginas? ¿Demasiado fácil por
querer acostarme contigo en la primera cita? ¿Demasiado brusca por decirte: “¿quiero
follarte?”
Joder, ¿qué? ¿Demasiado mala chica por hacer todo lo que
tenías pensado hacer tú?
No puedo explicarle todo esto a mi abuela, no puedo decirle
que es injusto que baje el volumen de la música de mis cascos cuando vuelvo del
trabajo y ando sola hasta casa, que tengo que contar las copas que me bebo
cuando salgo, y la manera de hablar que tengo. No puedo decirle a mi abuela que
el mundo para el que ella quiere que me ponga bonita, me dice que no me ponga
una falda porque estoy gorda, que no me acueste con un número indefinido de
hombres. Que debería tener más tetas, menos culo. Que soy bonita “de cara”.
Me encanta esa frase, me encantará siempre.
“Es que tienes una cara tan bonita…” “Es que si adelgazaras”
“Es que si te arreglases más” Es que me cago en tu puta vida.
Perdón, no recordaba que soy una señorita.
Y que las señoritas no dicen demasiados tacos, no visten
como les da la gana, ni rondan los antros que yo rondo, ni fuman marihuana, ni
beben vodka hasta acabarse la botella, ni se montan tríos ni hablan de
orgasmos.
Porque una señorita tiene que hacer lo correcto; Estar
temprano en casa, tener algún hombre (padre/hermano/novio) cerca que la
proteja, no desconectar el móvil y no dar mucho su opinión. Porque molesta.
Sonríe, estudia, ten un buen trabajo, un buen novio, y cállate
todo lo que puedas.
Y entonces el mundo verá lo bonita que eres, lo bien que te
queda la falda, las sandalias, el carmín y las cadenas.
Y aun así, siendo todo eso, puedes volver a las 4 de la
tarde del trabajo, a plena luz del día, y encontrarte dos desgraciados que
puedan violarte, tocarte o insultarte.
Que siendo una señorita también tienes que aligerar el paso,
sacar el móvil, cerrar el bolso y no mirar atrás hasta que dejes de sentir sus
pasos.
Y no te frenes. Busca un lugar con gente, pide ayuda. No intentes
plantarles cara, no te defiendas, recuerda: tienes las de perder.
Eres una mujer, tienes las de perder.
Y llegas a casa y te preguntas que por qué te pasa eso, si
siempre haces lo correcto.
Y como le explico a mi abuela que lo único correcto es el
respeto, la tolerancia, la aceptación.
Que el problema es de ellos y no de nosotras.
Que no es la falda ni lo que hay debajo de ella, que es lo
que hay dentro de todas esas mentes que se creen con derecho a joderte.
Y te joden.
Y un día y otro, año tras año, generación tras generación.
Como le explico a mi abuela que no me quiero poner bonita
para un mundo en el que tenemos la libertad a la distancia de lo que mide un
jodido pene.
Como le explico a mi abuela, que lo que más pena me da de
esto es como explicarle esto a mi hija.
Como les digo, a las mujeres de mi vida, que no quiero ponerme
bonita para un mundo que te ve guapa si eres obediente, sumisa, conformista.
No sé explicárselo.
Por eso la miro, sonrío y le beso la frente.
Y sigo con mis tatuajes, llegando sola a casa, acostándome
con los hombres que quiero y vistiendo como quiero.
El mundo no nos quiere bonita, le basta con que no seamos
libres.
Y eso es todo lo que yo quiero ser. Aunque el precio, sea la
vida.